Tres poemas de «No hay valientes en el paraíso», de MJ Romero

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No hay significado exacto para el objeto. Una línea no es solo una línea. La línea y su color. La línea y su grosor. La línea y el vacío sobre el que se sostiene.

La línea suelo sobre la que apoyo mis pies. La línea invisible sobre la que va la vida.

La línea horizonte de la mirada. La línea interior del devenir. Y la línea de tus manos cuando te las abro antes de dormir.

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Jacques juega a cabeza vacía tras los visillos que mueve el viento
jacques me mira y no lo veo
jacques huye del vuelo de las moscas y apaga las luces
debajo de la silla el cadáver de un insecto
los dedos pinzas aprisionan el cuerpo y lo rompen
ver a jacques recogiendo insectos aumenta la inquietud

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Ella llegó para quedarse
y llenó el cauce manantial de la voz antes de haberte escuchado
ella llegó para quejarse en sonido de relumbres
adiós a las perpendiculares que trazaban los vestigios
adiós a los tratados de superficies óseas
sin embargo yo no soy la extranjera del espacio vacío.

*

MJ Romero, No hay valientes en el paraíso, Ediciones Tigres de papel, Col. poeNOmas, Madrid 2024. Prólogo de Ana Martín Puigpelat.

Poemas de Los poemas de Horacio E. Cluck traducidos por Marcela Filippi al italiano

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Sono debole e mi abbandono a te
perché sei da solo allo spuntar del giorno
che inizia con un’esplosione di danni,
di carezze che sarebbero potute esistere e sono state
rito che ora non ti riguarda.
Apri gli occhi quando passa la pioggia,
conta le parole che ti restano da dire,
non quelle che rivestono il desiderio con le braci
incredibili e corpi legati,
ma quelle altre forme fosche
che gridano dolore perché finisce
il tempo.
Parole di tenerezza per denigrare
questa memoria che lega la nostra vita
ad un albero in fiamme.
La vera solitudine ti sputerà in faccia.
Sono stanco, ma bacerò il tuo viso
quando piangerai.

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Soy débil y me entrego a ti
porque estás solo en la madrugada
que se inicia con una explosión de daños,
de caricias que pudieron suceder y fueron
rito que no te incumbe ahora.
Abre tus ojos al pasar la lluvia,
cuenta las palabras que te quedan por decir,
no las que reviste el deseo con brasas
increíbles y cuerpos maniatados,
sino esas otras más foscas
que claman dolor porque se acaba
el tiempo.
Palabras de ternura para denigrar
esta memoria que ata nuestra vida
a un árbol en llamas.
La verdadera soledad escupirá en tu cara.
Estoy cansado, pero besaré tu rostro
cuando llores.

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Vecchie pietre bianche per sentire
il caldo umido del tempo.
Sono trascorsi gli anni e credi ancora
alla bugia di allora, se ritorni
fallo per sempre, come chi non tiene nulla
per sé, tranne la decrepitezza.
Case in penombra e orti bruciati.
Lì l’infanzia pianse il suo paradiso.
E tu vieni oggi per soffermarti
dinanzi al paesaggio dove pensavi di morire.
Nessuno ti aspetta ancora, pover’uomo
che soffre,
nessuno ti ha chiamato.

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Viejas piedras blancas para sentir
el húmedo calor del tiempo.
Han pasado los años y aún te crees
la mentira de entonces, si regresas
hazlo para siempre, como los que nada guardan
para sí, a no ser la decrepitud.
Casas en penumbra y huertos quemados.
Allí la infancia lloró su paraíso.
Y vienes hoy a detenerte
ante el paisaje donde pensabas morir.
Nadie te espera todavía, pobre hombre
que sufre,
nadie te ha llamado.

*

(Del libro «Los poemas de Horacio E. Cluck», Huerga y Fierro editores, Col. La rama dorada, Madrid 2017. Prólogo de Andrés González)

Gracias, Marcela.

https://intraduzionisolmar.blogspot.com/2023/12/soy-debil-y-me-entrego-ti-sono-debole-e.html
https://intraduzionisolmar.blogspot.com/2024/02/viejas-piedras-blancas-para.html

Aquí otro poema traducido del libro:

https://intraduzionisolmar.blogspot.com/2024/03/habian-colocado-sus-manos-avevano-messo.html

Poemas de Que llueva siempre traducidos por Marcela Filippi al italiano

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CENERI

È capitato anche a noi un giorno che il timore attanagliasse
il corpo che fu nostro e divenissimo ottusi scoprendo
che la realtà ci contempla da tiepidi portoni.

Siffatta è la fortuna di chi sorride nel suo letto
mentre si strofina gli occhi per comprovare
che gli appartengono e si sparga per il mondo la sua cenere.
Proprio come se fosse morto ieri sul ciglio della palude,
volendo essere testimone muto della sua voce quando raccontava
che il dolore possiede un volto bellissimo se non sei tu
colui che è scosso dallo stolto, albero in fiamme davanti
all’osservatore dell’esperienza, se non ci tocca col suo uncino
freddo e non ci atterrisce senza alcuna foga
nelle sue parole.

Lui è stanco di dimenticare
e riappare nella sua stanza il branco che abbiamo visto
inginocchiato nelle arterie del suo collo di notte,
quando le stelle sono semplicemente stelle e il conato
giunge, e il sangue circoscrive il suo passatempo inefficace
di far scomparire
con discrezione i giorni.

Sicuramente ci sarà un martedì senza rammarico, o lui ignora
come sono i minuti che susseguono il danno impertinente
che crede di aver sentito nel fondo disuguale del suo cervello,
una e più volte, così come riecheggiano i cavalli
dall’età che a stento ammette di aver vissuto.
Nessuno bussa a quella porta che proprio ora si dischiude.

Si sta bene qui ad annotare la remota entelechia
di un amico naufrago sul quaderno nero e sciupato.
Se lei, almeno, avesse voglia di venire in soccorso
col suo corpo a questo corpo estinto che vorrebbe
sopravvivere, un giorno ancora,
di mattina.

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CENIZAS

También nos ha ocurrido un día que el temor atenaza
el cuerpo que fue nuestro y nos ponemos bobos al averiguar
que la realidad nos contempla desde portones cálidos.

De tal modo es la fortuna de quien sonríe en su lecho
mientras se frota los ojos para comprobar
que le pertenecen y se esparce por el mundo su ceniza.
Igual que si hubiese muerto ayer en el borde del pantano,
al querer ser testigo mudo de su voz cuando contaba
que el dolor posee un rostro hermoso si no es a ti
al que zarandea el muy memo, árbol en ascuas frente
al observador de la experiencia, si no nos toca con su garfio
frío y nos amedrenta sin ninguna fogosidad
en sus palabras.

Él está cansado de olvidarse
y reaparece en su cuarto la jauría que hemos visto
hincada en las arterias de su cuello de noche,
cuando las estrellas son simplemente estrellas y la arcada
sucede, y la sangre circunscribe su pasatiempo ineficaz
que es hacer desaparecer
con discreción los días.

Seguro que habrá un martes sin pesar, o él ignora
cómo son los minutos que siguen al daño impertinente
que cree haber sentido en el fondo desigual de su cerebro,
una y otra vez, como los caballos retumban
desde la edad que él apenas si consiente haber vivido.
Nadie llama en esa puerta que ahora mismo se entreabre.

Se está bien aquí anotando la remota entelequia
de un náufrago amigo sobre el cuaderno negro y ajado.
Si a ella, por lo menos, le apeteciese venir a socorrer
con su cuerpo a este cuerpo extinguido que desearía
sobrevivir, un día más,
en la mañana.

*

(Del libro “Que llueva siempre“, Huerga & Fierro editores, Col. Rayo azul, Madrid 2020)

Gracias, Marcela.
https://intraduzionisolmar.blogspot.com/2023/03/cenizasceneri.html

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Aquí otros poemas traducidos del libro:
https://intraduzionisolmar.blogspot.com/2023/04/poema-para-misticas-y-misticospoesia.html

https://intraduzionisolmar.blogspot.com/2023/05/de-los-extranos-degli-estranei.html

https://intraduzionisolmar.blogspot.com/2023/09/la-casa-viejala-vecchia-casa.html

https://intraduzionisolmar.blogspot.com/2023/11/esquinas-angoli.html

Tres poemas de «La donna del claqué», de MJ Romero

Desde la última alambrada donde creí verte morir

Cuando me hablas de mí
nunca acaba la sucesión de sonidos tan largamente pensados
nunca los hombres saben excepto las tonalidades de su propio yo
sombra de su sombra
por eso destruyo abril en olor de cedro
o en campos de cerezos sin flor

y no respondo del poema
no busco solo en su sonoridad
el ritmo cadente o ascendente del verso
ni siquiera busco en la palabra
espina
alambrada
ortigas o precipicios
busco que la voz se encuentre en el borde de la última letra
afásica y distorsionada
antes de darla al aire
como si fuera el último bambú de un río imaginario

no responderé si tras el pronombre no significas mi sombra
de topo u hormiga rastreando raíces y ramas de árboles secos
o de pájaro de taxidermista sobre un cenicero vacío
no responderé si me observo alejada de mi sombra
mientras avanzo sobre esta línea negra trazada sobre blanco.

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NO quería regresar por aquí
mientras tú atravesabas ese barrio oscuro
e inhóspito donde todo es noche
y más noche
y dulcemente lo atravesabas
dulcemente
amor

de regreso
solo voz
por las calles oscuras
donde yo hacía guardia a corazón abierto
y contenía la respiración
en segundos
clave y sinónimos de alerta.

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REGRESÉ al lugar donde los niños aún no juegan ni se enrocan en metáforas

helena salía del libro y los epítetos eran cascadas de silencio que rompía sobre los renglones negros
madre leía en voz alta para las atentas miradas infantiles

y no recuperé su voz.

*

MJ Romero, «La donna del claqué (o no me nombres)», Eolas Ediciones, Col. Aura, León 2022

Aquí más información:
https://www.eolasediciones.es/catalogo/coleccion-aura/la-donna-del-claque-o-no-me-nombres/

Un fragmento de «Yacimiento», de Óscar Ayala

desde su hermética quietud aprenden a merecer
vernos
respirar
mientras se siguen defendiendo de una vida
luminosa ƺ
esquivan las verdades que han ido amontonándose y fingen trayectorias
medidas evitando detenerse a velar los cadáveres cálidos
que acuden a pudrirse a la lumbre del pasmo o al refugio del grito ƺ
les falta equilibrar la proporción
de sus imprevisibles convulsiones
para colmar al fin el apetito
de sentido ƺ
se sumergen en una combustión
mínima que permite la sublime
transformación del ruido en otra cosa ƺ
y es entonces cuando morir se vuelve incierto y cuando enmudecemos
para que la palabra emerja ƺ
y aun sin atrevernos a aventurar un gesto que sirva de pronóstico
nos gustaría pensar que eso que hemos
visto
pasar
f u g a z m e n t e
siguiendo con la lengua
fuera su estela
era la realidad

*

Óscar Ayala, «Yacimiento», Huerga y Fierro Editores, Col. La rama dorada, Madrid 2021

Un poema de «Tiempo de amor y mar», de Francisco Álvarez Velasco

LA VIOLENCIA DE LAS HORAS
(Al modo de César Vallejo)

Murió el abuelo Manuel, que tenía un pozo de aguas vivas
con truchas, adonde yo tiraba las migas que caían de la hogaza.
Murió el mastín León, que me dejaba cabalgarlo.
Murió la abuela Magdalena, que, en los atardeceres,
buscaba huevos tibios para mi merienda.
Murió el maestro don Evelio,
que tosía mucho a pesar de su brasero.
Murió el abuelo Félix,
que me enseñó a seguir el rastro de las liebres
por la nieve.
Murió abuela Josefa, que me pedía que le enhebrase las agujas.
Murió la perra Lola, que se echaba a mis pies cuando yo comía.
Murió mi burro, que nunca tuvo nombre.
Murió el mirlo aquel que robé de un nido y que comía lombrices en mi mano.
Murió la estraperlista
(no recuerdo su nombre)
que bajaba del monte con su mula
y unas grandes alforjas
y una navaja ancha atada a la cintura
y me daba siempre una almendra garrapiñada.

Se secó la Fuente de la Seda, donde yo buscaba los cabellos verdes de una náyade.
Murió mi padre, solo, sin saber que moría.
Poco a poco, murió madre.
Murió Agustín porque decidió morir.
Murió, por San Juan, Cecilio, que pintaba desnudo
mientras sonaba la música de Juan Sebastián Bach.
Murió tío Manuel, que siempre fue muy fiel a sus ideas.
Murieron mis hermanos, así tan de repente o poco a poco.

Muere mi tiempo fugitivo y estoy velándolo.

*

Francisco Álvarez Velasco, «Tiempo de amor y mar», Eolas Ediciones, Col. Leteo/Azul de Metileno, León 2021

Dos poemas de «Aire de lugar y gente», de José Carlos Díaz

ABANDONO

Suañó que los caminos ermos abríen al pasu de la xente
que volvía con cantares na boca y palabres perdíes
cuantayá pela xamasca.
Xuan Bello

La hierba ha ido borrando
el sendero que subía hasta la casa.

Ya no se espera la vuelta de nadie.
Está cerrada la cancilla.
No ladra el perro
ni el estiércol fermenta en los establos.
Muros adentro
ni tan siquiera las sombras
se hablan entre sí.

Detrás de las ventanas sin cristales
aguardan en vano
como viejos de un asilo
a que alguien se acerque por piedad
a cerrarles los ojos.

Pero la hierba ha ido borrando
el sendero que subía hasta la casa.

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LA HERIDA

Però una ferida també es un lloc on viure.
Joan Margarit

Viviremos por un tiempo en la herida
como en una calle estrecha y mal iluminada,
como en los éxodos avergonzados
de cuantos cruzan sin papeles
las fronteras del mar o de la noche.

Qué difícil es imaginar la indulgencia
en el recelo de quien se oculta,
de quien incurre en la esperanza
igual que si pecase
—a solas y en lo oscuro—,
de quien sospecha aun así
que sólo ella podría envenenarnos
poco a poco la sangre
de un olvido tenaz y suficiente.

*

José Carlos Díaz, «Aire de lugar y gente», Ediciones Trea, Col. Poesía, Gijón 2021

Un poema de Gonzalo Rojas

MONÓLOGO DEL FANÁTICO

Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil
que come cuatro veces al día como un puerco,
que me tutea y me deprime
con su palabra ufana,
testimonio evidente de esta parte de mí
que se muere al nacer, como una nube;
lo blando, lo confuso, lo que siempre está afuera
del peligro, el adorno y el encanto.

No beberé. No comeré otra carne
que la luz del peligro.
No morderé otra boca que la boca del fuego.
No saldré de mi cuerpo sino para morirme.

Ya no respiraré para otra cosa
que para estar despierto noche y día.

*

Gonzalo Rojas, «Oscuro», Monte Ávila Editores, Col. Altazor, Caracas 1977

Que llueva siempre en El orden olvidado de las palabras 3

 

MALDITA MALA SUERTE

Deja que la noche te abrase la memoria
una y otra vez y te encuentre muy despierto la voz
que nunca más has escuchado.
Figúrate que cumples los mismos años hoy
que ayer colmabas,
y que es tu fotografía la imagen que te restituyen
las olas turbulentas del espejo.

No creas lo que a menudo refieren
de ti los ebrios amigos,
ni finjas excesiva alarma en tu desesperación.
A veces es preferible dejarse de bobadas
y contarse a uno mismo las cosas tal y como fueron.
Las llamas horrendas de Losorrios, aquella niña rubia
de corazón tan descortés
y la frágil servidumbre de lo oculto.

Cosas inocentes que ahora semejan la bondad
del pordiosero cuando cae, rendido ya, ante tu puerta.
Sobre tu lecho el terror o su sombra engañosa
y malévola se sacian nuevamente
y de verdad que estás jodido.

Lástima de no haber quedado allí de aquella,
cuando llegaron los muchachos
a orinar en tus sábanas,
a disgustarse contigo porque la noche
carecía aún de lujuria, aún de calor, aún de desprecio.

*

Gracias, Angelina. https://elordenolvidadodelaspalabras.blogspot.com/2021/01/maldita-mala-suerte.html

Que llueva siempre en la voz de Ángela Serna 2

 

 

 

ARGUMENTO DEL POEMA

El hombre se encuentra sentado frente al abismo
y escribe en su cuaderno palabras de deslealtad,
palabras que le confesarán la vida.
Tose cada poco y de su mano, temblorosa
y una noche lasciva, nacen gestos
vejatorios y frases encantadas, quejas del pasado
vendidas a un postor hermoso, líneas que congregan
almizcle y rosales, el amor y las cinturas
de mujeres irremisiblemente extraviadas.
El hombre establece que el poema es su reflejo
más fiel, el laberinto que ha de transitar
de puntillas, a solas con la efigie que confunde.
Pero no es verdad, un poema es lo desarropado
del que sueña con celebrar el día de su muerte
sin vestirla y se abraza al caos de la noche
y ama desde entonces a su antojo
la posibilidad, la necedad, el bruto y triste signo
de su escritura que es tormento porque sí.
Hay un hombre también que calcina sus manos
en el mismo poema que duplica de aquel otro.
Es tarde y se cierra el cuaderno que no sirve
sino para alumbrar radicalmente las huellas
que huyen, los ojos agrandados y tenues,
el deseo iracundo de los hijos o la ternura
casual que dictan sus palabras.
El poema, no se sabe por quién, comienza
a ser escrito: no volver jamás, no tener
que recordarlo en mi corazón
que es un demente.

 

Que llueva siempre en Zendalibros

 

 

RECUENTO DE MORDAZAS

Los labios partidos por alguien que aspiraba
a ser urgentemente campeón de esgrima,
la sangre preciosa de las mujeres cuando erraban
su camino y de tanto sollozar las presuponíamos sucias.
Las palabras sensatas de quien más te quería
y con bastante aprensión te golpeaba lo imprescindible
solo, tú qué sabes de aquel desbarajuste,
atontado.

Las veces que perdimos el tiempo arañando proyectos
descabellados y posibles, subir a la luna en un cerrar
de ojos y allí quedarnos tan campantes, invadir países
con muy poco esfuerzo, aprobarlas todas.

En ocasiones se encuentra la realidad sobre una mesa
soñando que se sueña no sin cierta argumentación,
los párpados abiertos y ardiendo las axilas, muchachos
de vuelta de la fiesta inenarrable de Oterico,
y tú, como si nada, atento únicamente a tus visiones.

Los miembros del cuerpo postergados a servir de estorbo
si un día nos llegase el temblor de guarecer
dentro de su boca gusanos.
El amor, ese tormento que no viene más.
Las enormes azadas con que escarban el suelo
cerca de nuestra casa cada invierno y, de noche,
se escuchan linternas, o son niñas de vientre hendido
por un grandioso rayo escarlata.

Las grietas profundas de las cosas, si acaso.

*

Si te apetece seguir leyendo: https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-luis-miguel-rabanal/

Que llueva siempre en El Imparcial

MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ / Luis Miguel Rabanal, lluvia y verdad

Hay poetas originales que se dan reglas para ser totalmente libres mientras el día declina. Luis Miguel Rabanal es uno de ellos. Poeta que cabalga todas las noches con gran estrépito y con el caballo de la imaginación nada reventado acierta en cada libro luchando con varios misterios. Es la suya una poesía como un mundo donde el escritor construye para la eternidad. Es un murmullo ordenado que consigue emocionarnos. Nuestro Roberto Juarroz. Nuestro Paul Celan. Nuestro Derek Walcott que habla de lo demoledor inundado de sol y con reflejos de nieve. Eso es lo que encontraremos al abrir Que llueva siempre (Huerga y Fierro). La lluvia puede hacernos volver a sentirnos enamorados de la vida, enamorados de la vida entera, limpiarnos para así contemplar los cambios, las transformaciones, la expansión que se ha creado, o bien producirnos un miedo grande, una oscuridad en el interior del subconsciente.

Paisajes que no son triviales. Tiene más cosas que decir que nadie. Conflicto entre lo anímico y lo físico, el amor importante que proporciona alegría. Aventuras pasadas. Lo desconocido. La desgracia quiere darles la espalda a las ideas. Elegía y días de felicidad sin agua turbia que aún protestan angustiados, ansiosos, heroicos, hay aquí a espuertas, pero de una forma noble y clásica. Ciertos períodos de lágrimas también se cuelan por los versos del autor de Riello. Cincuenta y un poemas completamente despiertos, pero sueñan. El niño se aleja de los sueños ordinarios un poco desilusionados. Asociaciones sensoriales como pájaros cantando como siempre. “Despojos de la vida alegre” titula la primera de las tres secciones del libro de casi una quincena de poemas cada una. El primero, “Un hombre que dice adiós” es el que más nos conmueve, es un poema río, con un lirismo como potente corriente de agua: “Si quisiésemos podríamos golpearlo sin dolor, / con solo hacer burla de sus piernas que no existen / tampoco o con susurrarle al oído un nombre de niño / sofocado, y ya estaría en nuestro poder su vida”.

Cada obra de Rabanal es una obra mayor y no desmerece. Al frente del abismo se tiene cierta clara de lo que se ha dicho. Que llueva siempre, con la mirada fija en la madurez, nos da la información a voz en grito. “Lluvia, por favor”. Me recuerda a las puertas de las que nos habla Elías Canetti en El corazón secreto del reloj puesto que “quien se ha abierto demasiado pronto a la experiencia de la muerte jamás podrá cerrarle otra vez sus puertas: una herida que acaba siendo una especie de pulmón a través del cual se respira”. Lo que pasa a diario ocupa un lugar significativo en sus versos que profundizan por medio de la reflexión. Les dedicamos toda la atención a sombras que proporcionan una curiosa compañía. En el volumen hay mucho de diario maravilloso con descripciones de personas aparentemente reales, como en “Recuerdos de Anita»: “Bebimos el aire / nauseabundo del desamor, como si fuera mentira vivir / de espaldas a la realidad brutal de los periódicos”. En la misma línea se inscribe “El sexo de Angelines”, tan nerudiano: “Yo la amaba y ella también me amaba, / bien es verdad que a duras penas los lunes y los jueves”.

Aparece lo viejo que vuelve a ser nuevo y nos trae la identificación del Yo. Las despedidas discuten furiosamente con el autor que sobrevive. “No comprendes que el final, el verdadero / final, es un pasaje arrancado de tus ojos, / un niño que te mira y se parece a tu niño, un barco / que en la Ría cumple con su oficio de perseverar / en lo grotesco de la noche”. Como toda poesía de sentimientos reales y sinceros, la de Luis Miguel Rabanal gira en torno a retratos de personas donde parpadea el recuerdo de otras vidas. “A nadie le convence su rostro estropeado / por las brumas agoreras del último invierno” comienza el libro que nos habla de paraísos de los que fuimos expulsados en un tiempo desacelerado. Donde hubo el crecimiento de la semilla de la felicidad hay ahora duras piedras como leemos en “Para conmover al hijo que regresa” con su fraseo que nos hace preguntarnos a los lectores cómo terminaremos.

Pocos poetas que sigan el rumor de la tradición como Rabanal, pocos también dispuestos a defender el último reducto del lirismo. De poemas como “Mirlos y gigantes” (nos habla de los amores flotantes al decir “Feliz quien ha llegado a conocer la verdadera causa / de lo que sucede en este instante de melancolía. / Acaso los nombres garabateados en la corteza del chopo”), se pasa a otros como “Aléjate del fuego” lleno de detallismo: “Debiste proteger mejor tu cuerpo entonces. / Hoy ya es tarde para deambular a ciegas / los lugares que dispuso la rutina ante tus ojos”.

El autor de Poemas de Horacio E. Cluck o Matar el tiempo -que cierran la trilogía Postrimerías– me ha hecho abrir la ventana para que llueva y quiero agradecerle en mi diario personal -construido con el ensanchamiento de mi conciencia- la eficacia de su minimalismo. Alguna vez hemos oído que “todo está escrito”, pero no todo está escrito. La despedida de Luis Miguel Rabanal como poeta sería un agua gélida -de enero- y lo cubriría todo. Sin su poesía -inolvidable, no es posible que desaparezca- despertaríamos con una sensación extraña en el pecho en el lado fatídico del corazón. Uno nunca está solo al leerlo. Eso es, por encima de todo, lo que caracteriza la vida.

*

En su columna FRACASA MEJOR, de El Imparcial: https://www.elimparcial.es/noticia/218257/opinion/luis-miguel-rabanal-lluvia-y-verdad.html
Gracias, Miguel Ángel.

Dos poemas de «De lo terrible», de Ana Martínez Castillo

 

Treinta y tres

Seremos viejos, pero antes habremos de aspirar la luz, retener la luz entre los dientes y llamar a la muerte hembra encinta de puertas, loca ebria que aplasta las moscas.
Tendremos que afearle a la muerte sus gestos tan urgentes, y enloquecer, enloquecer muy despacio al alba, sabiendo que moriremos un día u otro, pero que antes –antes– tendremos que ser animales de luz herética y pagar el atrevimiento caro; y después ser viejos ya, y angulosos, condescendientes ancianos hechos de cáñamo, encogidos, sibilantes ancianos que atesoran las cenizas que sobraron.

 

Veintiséis

Y nos arropábamos en los rincones de las ciudades viejas, y éramos felices.
Y caían al suelo nuestras ropas, y caían de los árboles muchachos, y soñábamos así, con los ojos oscuramente abiertos, soñábamos así con la gran música, la gran música que no hace preguntas, que es coágulo, raíz o vena.
Y estaba ahí anudada, y estaba en los húmedos tejados de Morar, estaba y sabíamos que el paisaje germina de un racimo de ojos, que danzan las viejas en las esquinas, que jamás íbamos a ensayar la incertidumbre, ni el simulacro de saberse cansados de la vida.

*

Ana Martínez Castillo, «De lo terrible», Chamán Ediciones, Col. Chamán ante el fuego, Albacete 2020

Que llueva siempre en El orden olvidado de las palabras 2

 

LA CULPA

Si hubiera encontrado la parte de verdad
que corresponde al entusiasmo,
el que subyace en la queja como espada
colmada de herrumbre y con niños abrazados a su furia.
Si cuando menos tuviera para ti un momento
de virtud, eclipsada por la abulia tal vez,
y cuerpos premiosos que ofrecen
su deseo y se arrojan las inmensas toallas
y lagartos muy tiernos.

Presumiblemente el tiempo nos remitiría
papeles donde desprestigiar el embuste, es decir,
este abandonado ámbito en que yaces desde la renuncia
o los árboles secos, esta melodía del adiós que arranca
y termina de una sola dentellada del tigre que más amas.
Casi todo ha sido proferido en tu descrédito.
Y en cambio a tu rostro hoy le abandonan
las sendas del otoño y los lugares saturados de espíritus,
tan magníficos en su connivencia para recordar
tiempos mejores, tan dados a retrasar el porvenir,
o de nada se ha enterado el hombre ceñudo.

No comprendes que el final, el verdadero
final, es un paisaje arrancado de tus ojos,
un niño que te mira y se parece a tu niño, un barco
que en la Ría cumple con su oficio de perseverar
en lo grotesco de la noche.

La culpa la tuvo el chachachá, sin duda.

Quiero pensar que tú lo sabías, por lo menos
esta agitación que producen
el arrepentimiento y la malaria y las mujeres
pretenciosas, pues si no estaría dispuesto a dimitir
de mi privilegiado mirador, mejor me callo,
tú me conoces.

*

Gracias, Angelina. https://elordenolvidadodelaspalabras.blogspot.com/2020/07/la-culpa.html

Que llueva siempre en la voz de Ángela Serna

 

EL DESEO DE ANDAR

Fragmentos de médula arrojados al azar por un búho.
Porque escuecen los brazos y el pequeño espera
que tu amor se levante con él y camine tranquilo
por la casa.
Nada es como parece, se crea la luz como se crea
un sollozo y llegan secuaces
a sufrir la exagerada luz contigo.
Pobre diablo que tose y gesticula para que le dejen reír
los ruines ñuberos, para que el vodka abrase
la garganta con sumo gusto
y no sobrevenga más la noche.

Sueñas tu parálisis desde tantos años atrás y acuden
de improviso a tu memoria las sombras,
sombras que proporcionan curiosa compañía
si no buscas su desnudez entregada
a otra persona, y me cuentas
que te va bien y que el sudor es objeto de intercambio
para que al alba huya el niño rubio del disfraz.
Merece la pena perder un poquitín el tiempo.

Además de la lluvia se te suben al rostro tapires
y algún vestigio
de cuanto se extravió en tus cajas de atesorar
recuerdos con urgencia.

Todo está aquí, en tu corazón destartalado
que no interpreta bien
el signo de su enojo y escribe en el papel letras
de colores
para seducir a la destrucción en lo posible.
Para abrir de par en par esa diminuta pupila
que explica el deterioro de los cuerpos hurtados
al olvido,
o casi a la decrepitud.
Fragmentos de médula, sí, pero esta vez
arrojados por un mago al fuego de la noche.
Clávame tus uñas, maldito envenenador, y dime
que me quieres.